Había una vez tres amigos que salieron a hacer una regata, cada uno tenía su barco, les gustaba competir entre ellos.
Salieron un día soleado, perfecto pensó el primero el sol es lo que mas me gusta de las regatas. El segundo en cambio estaba aburrido, una vez puestas las velas en su dirección, no veía que otra cosa podía hacer y se pasaba el rato de arriba a abajo de la cubierta mirando que limpiar y ocupándose en lo que podía, no quería estar quieto y tranquilo tomando el sol. El tercero iba tranquilo y relajado, había puesto las velas en su sitio, el timón apuntaba en la buena dirección y se disponía a tomar un rato el sol.
De repente el sol se tapó y empezó a soplar el aire, el segundo amigo pensó “ahora es la mía esto ya me gusta mas” y se dibujó una sonrisa en su cara. El primer amigo borro la sonrisa de su cara i se dispuso a resoplar, tocaba trabajar y eso no le gustaba nada. El tercero, simplemente se preparó para la tormenta, miró la dirección del viento y puso el barco en la dirección mas veloz que el viento le permitió sin forzar demasiado las velas. No se le había borrado ni un ápice la sonrisa de la cara.
La tormenta fue tremenda, de aquellas que se forman en alta mar. El mar se picó, y los tres botes iban bandeando como podían, el primer amigo se iba quedando atrás mientras resoplaba y maldecía el cambio de tiempo, estaba realmente enfadado. El segundo amigo estaba entusiasmado con el espectáculo, ya que lo que a él mas le gustaba era trabajar mucho, iba i venia de arriba a abajo, ajustando las velas, moviendo el timón, sorteando las olas.
El tercer amigo iba delante de los otros dos, era bastante común que así fuera, casi siempre ganaba las regatas, su sonrisa seguía imborrable. Ajustaba las velas en la medida que era necesario, tomaba con firmeza pero sin rigidez el timón, surcaba el mar como si lo acariciara lentamente. No le preocupaba ganar, no estaba enfadado con el tiempo, no estaba enojado ni preocupado, estaba relajado y feliz.
Al hacer el camino de vuelta dejaron la tormenta atrás. El primer amigo estaba contento de haber acabado con la tormenta, pero se había quedado tan atrás que ya no ganaría la regata, intentó con todas sus fuerzas, seguir la buena dirección del viento y luchar por adelantar puestos, pero ya no había viento con el que jugar. De nuevo el sol brillaba en lo alto, el mar se había calmado y el viento era un pequeño suspiro. El segundo amigo iba por delante del primero, pero por detrás del tercero, estaba un poco enojado porque no había aire, había pasado la tormenta y no tenia oportunidad de ganar la regata. Volvía a ir de arriba abajo del bote, limpiando la cubierta de sal y cambiando las cosas de sitio…
Ganó el tercer amigo. Una vez en el puerto se sentó en el espigón para disfrutar del día y esperar a sus amigos. Cuando los vio llegar el primero estaba feliz porque el tiempo hubiera mejorado pero enojado por haberse quedado tan atrás. El segundo estaba enojado porque el tramo final no había tenido ninguna emoción. Los dos le preguntaron como lo hacia para quedar siempre en tan buena posición.
El tercer amigo les explico que no hacia nada especial, simplemente disfrutaba de cada uno de los momentos que le daba el mar. No se planteaba si le apetecía o no izar las velas o mover el timón, sabia que tenia que hacerlo para poder llevar la embarcación a donde él quería. Aprovechaba la brisa, cuando estaba tranquilo el mar y aprovechaba, los fuertes vientos de las tormentas. En ambos casos estaba contento porque no luchaba contra los elementos sino que se aprovechaba de ellos, para ganar.
Mireia Parés Guerrero
02 de Junio de 2016