Relato de cuarentena 6

Es tarde, por la noche, pero ella no puede dormir, no deja de pensar en lo que sucederá mañana. Y es que acaba la semana santa. En los tiempos que corren el gobierno ha decidido que algunas personas pueden volver al trabajo, o sea que ella mañana deberá volver a la rutina y regresar a su vida anterior, pero solo mientras esté trabajando porque después de trabajar se quedara otra vez en casa. Puede trabajar pero no ver a sus amigas, su madre, sus sobrinas, …

Como tantas otras personas se pregunta cuál es el sentido de todo esto. Puede coger el autobús e ir a trabajar, encontrarse con sus compañeros, todo con mascarilla y guantes, pero no puede salir al parque con su perro y un grupo de amigos a pasar la tarde. Parece que la mascarilla es más efectiva por la mañana que por la tarde.

Por otro lado, salir de casa le da al mismo tiempo miedo y pereza. No acaba de entender muy bien la estrategia y porque no, vamos a reconocerlo, está asustada. ¿Asustada de pillar el virus? sí también, pero sobre todo está asustada de volver a lo que llaman “vida normal”. Que para ella significa correr todo el día de un lugar a otro sin disfrutar nada de lo que hace. El parón de la cuarentena lo empezó de mala gana, no poder salir de casa la agobia mucho, pero pasada la primera semana, perdiendo el tiempo viendo series tirada en el sofá. Decidió que no le parecía agradable. Y empezó con una rutina que luego relajó, entre recetas nuevas, libros leídos, y empezó a dibujar mandalas y Zentangle que no tenía ni idea de lo que eran. Se animaba entre concierto online y videollamada y al final, no está tan mal. Y ahora que ha llenado todo este tiempo de cosas interesantes y ha descubierto otras sobre sí misma. Tiene que volver al trabajo.

Y es que está harta de no ver gente, pero no de estar en su casa. Está harta de no poder dar besos y abrazos, pero no de sus horas de dibujar y hacer pasteles, y comerlos. Preferiría compartirlos con alguien, pero lo que no quiere, es no tener tiempo para ella, no tener tiempo en general. Pero cómo evitarlo. Mañana volverá a madrugar aunque hoy no pueda conciliar el sueño, y aún no sabe cómo va a hacer para compaginar ese tiempo tan precioso que ha conseguido tener estos días de cuarentena, con el horario infame de su trabajo, y con pagar las facturas.

Tiene miedo, miedo de volver a la “normalidad”.

Para reconfortarse, piensa que aquellos aplausos de las ocho, que empezaron como aplauso sanitario y poco a poco, se han convertido en el ratito que pasamos entre vecinos. ¿También la aplaudirán a ella?, y a todos los que volverán al trabajo. Con este reconfortante sentimiento de apoyo mutuo, consigue dormirse. Mañana será otro día.

Relatos de cuarentena 4:

Dia 12: Música para la esperanza

Buenos días le grita el corazón, y se levanta, antes de que asome el primer rayo de sol. Un café a solas, en su casa ruidosa, en silencio, todo el mundo duerme, y es que estos días nadie madruga, para que lo van a hacer, solo los adoradores de la madrugada están despiertos, aquellos que no han encontrado a Morfeo aún, y aquellos que inquietos se levantan muy pronto. Sale a su terraza, café en mano y observa al vecindario, nunca los había sentido tan cercanos, nunca se habían saludado des del patio interior, nunca su terraza había tenido tanta expectación.

Por los primeros días del confinamiento pensó que necesitaba hacer algo para los demás. Cuando empezaron los aplausos, fue la primera en salir y la última en irse, y se le fue fraguando una idea en la cabeza, hay que animar esto, hay que encontrar un momento para desconectar. Las noticias no son muy esperanzadoras, una curva que nunca baja y el mandamiento único de quedate en casa, como respuesta de todas las angustias, cada día la llama alguien, este está enfermo, aquel se va al hospital. Ella les dice que llamen a los teléfonos, que no salgan de casa. Por suerte a día 12 ya parece que todos lo han entendido, en casa se está mejor, y si sales lavate las manos al llegar y no te toques la cara.

Por el camino tutoriales de mascarillas en YouTube y maquinas de coser a toda marcha haciendo material casero de protección. Al salir al mercado se fija, hay todo tipo de mascarillas en la calle, algunos con guantes de látex, otros con guantes de moto y le asalta la duda de si irá poco protegida. Mantiene la “distancia social” un metro y medio y saluda con la cabeza a las conocidas.

Su idea no es difícil, algo que haga feliz a la gente con los medios de que dispone en casa. Al llegar del mercado la propone al resto de la familia, estamos a día 5 de confinamiento y en su casa hijos y marido viven en una nube gris que le parte el alma. Al principio reciben la noticia con escepticismo, todo es muy complicado, para que se van a meter en esa empresa, y demás escusas. Pero ella no atiende a razones, se va a hacer y punto. Con su hijo mayor desempolvan los altavoces del altillo, eran para un proyecto de Dj que este chaval quería hacer y no siguió. La mesa de mezclas la conecta el pequeño al ordenador, y a las 5 de la tarde está todo listo.

A partir de ese día 5 de confinamiento a las 8 de la tarde, suena música y baile para todos los vecinos, se intercala el Flying Free, Chimo Bayo y Boney M, con otros éxitos del momento.

Cada mañana ella prepara una lista de las canciones que quiere poner, habla con sus hijos para que las busquen. A las 8h se aplaude ella la primera, la que más fuerte aplaude, la más vigorosa. Luego empiezan los temas clásicos, cada día suena el Resistiré del Duo Dinámico, y luego las canciones elegidas.

Ella sonríe des de su terraza y entona coreografías y bailes que sus vecinos siguen y vitorean des de sus balcones y terrazas. Y ella se siente como una diva en el podio de una discoteca, rejuvenecida, feliz y dinámica. El humor en su casa también ha cambiado, los hijos se pelean por elegir canciones, el padre coge el micrófono para dinamizar la fiesta. Y en esa media hora, el vecindario se sume en cánticos y bailes, que hacen que olviden el miedo.

Relatos de cuarentena 3

Dia 9

Se levanta pronto, hace años que no puede dormir mucho, será la edad. Hace lo mismo que todos los días, para ella no ha cambiado nada, o casi nada. Solo hay una cosa que ha cambiado sin remedio, el miedo, el miedo a morir empezó al perder a su marido, compañero de fatigas siempre y acompañante constante sobre todo en los últimos días de su vida. Su muerte la puso en alerta, ya pasan los años y cada vez está más cerca. Pero por ahora se siente tan viva como siempre. Algunos achaques de la edad tiene, la artrosis no perdona y los huesos duelen a veces, sobre todo con la humedad. Pero a cierta edad dicen que si no te duele algo, es que estás muerta.
Limpia la casa, limpia sobre limpio porque apenas ensucia, claro viviendo sola, pero es la costumbre de los años, pasar la escoba, quitar el polvo, fregar el suelo… La rutina le da cierta tranquilidad, y tampoco se le ocurre qué más hacer durante el día.
Su hija la llama cada día, vive demasiado lejos para visitarla en estos momentos, ella tampoco la echa de menos, se hace uno rápido a la idea de lo prescindible qué es el ruido de los niños correteando por la casa, aprecia la tranquilidad. Cada vez que la llama le recuerda que no salga de casa, que si se pone mala tiene que llamar a este o aquel teléfono, ella los tiene todos apuntados.

Lo único que ha cambiado estos días es el silencio. Su balcón delantero da a la calle y su balcón trasero al patio de luces, en otros días más normales, salir al balcón delantero le transmite el trajín de una ciudad en movimiento, ruidosa, apestosa y muy movida, con la gente corriendo por encima de sus posibilidades. Con sus ojos de anciana que ya no tiene mucho que hacer mira al resto como si se hubieran vuelto locos. Pero de repente, des de hace 9 días, la cordura se ha apoderado de las calles. No hay nadie, los coches pasan en cuentagotas, y la gente que pasea al perro o va a comprar, lo hace despacio, pasean. No veía a nadie pasear des de que su marido volvía de su paseo diario con las manos entrelazadas a la espalda y la saludaba desde la calle, y no puede dejar de reconocer que esa calma tensa, le gusta.
Se hace unas alubias guisadas, le quedaran para mañana, cocinar para uno es muy complicado. Las come en silencio, hasta hace un par de días ponía las noticias, como ha hecho toda la vida, pero luego le quedaba un regusto amargo. Las noticias también van muy deprisa para ella. Prefiere escuchar la radio por la tarde, mientras se sienta en el sofá y hace una cabezadita, apenas 20 minutos, lo suficiente para recuperar fuerzas. Las tardes son largas, y sale al balcón, esta vez al de detrás, ahora más ruidoso que antes porque mucha gente aprovecha la tarde para estar en sus balcones, así ella se entretiene observando.
Una parte de ella piensa que tampoco es tan importante enfermar, incluso morir. A su edad ya se siente en tiempo de descuento, ha vivido todo lo que tenía que vivir, y si llega el momento tampoco se perderá tanto, solo una vieja menos y un número más en la estadística. Pero hay algo que empuja a vivir mientras tengas vida. Y el miedo a la muerte es algo inevitable. Decide seguir viviendo, seguir los consejos sanitarios y quedarse en casa. Lavarse las manos, le parece un consejo absurdo, algo que ella ha hecho toda la vida, antes de cocinar, antes de comer, antes de ir a dormir. Cada vez que sus hijos y nietos llegaban a casa les decía “lávate las manos” pero por las advertencias de la televisión parece que ya nadie se lava las manos al entrar en casa y ahora hay que lavarlas mil veces.
En el balcón llega la hora, y esa si que no se la va a perder, hay que aplaudir, a todos los médicos, enfermeras, celadores, … Que luchan en sus lugares de trabajo para que la gente muera lo menos posible, y se cure lo máximo posible. Ahí ve un buen motivo para seguir viva, aplaudir fuerte y emocionarse con sus vecinos, que sin salir de casa esperan ese momento de comunión en la que todos están de acuerdo.

Relatos de la cuarentena 1

Dia 3: Dias de balcón

Levantarse es lo más difícil, ¿para qué va alguien a levantarse si no tiene nada que hacer y encima no puede salir de casa?

Es increible, si nadie hubiera dicho que no podía salir de casa, se hubiera quedado todo el fin de semana tranquilamente descansando, però resulta que ahora está prohibido salir y solo se le ocurre hacer cosas fuera. De repente necesita salir a correr, aunque haga años que no lo hace, y se dice a sí misma que como no puede salir a correr, no merece la pena salir de la cama. Però tarde o temprano ganará el hambre, el hambre de desayunar, esa tostada con aguacate y queso….a riesgo de parecer pedantemente hipster desayuna pan de centeno con aguacate, queso seco y un te des de hace tiempo, no lo ha compartido con sus amistades, però ese desayuno la hace sentirse mejor, menos gases y le cubre el hambre con más eficacia que un croissant de chocolate. Oculta su hipsterismo del resto del mundo. 

Mientras prepara el té actualiza el chat del móvil, 50 mensajes coronan su grupo de memes, con diversión los abre esperando las joyas de la corona de los tiempos que corren, un residuo de risas aseguradas unas cuantas veces al dia. Qué sano es reír en estas circumstàncias, incluso necesario. Los mismos que dicen que el aguacate fortalece el sistema inmune insisten en que diez minutos de meditación y una buena risa también. Puede que la gente ya se haya dado cuenta que una buena risa es más sabrosa que un aguacate.  

Son las 12 de la mañana, 10 horas de sueño interrumpido por ratos de lucidez nocturna. Se dice mentalmente que si no consigue cansarse, no conseguirá dormir bien, y le asalta la necesidad de correr, seguida de la apatía de no poder salir a córrer. 

Desayuno en mano sale al balcón, estamos en Marzo y no hace precisamente calor, però ese contacto con el exterior le da tranquilidad, es el nuevo y moderno salir de casa, salir al balcón. Por todas partes aparecen videos de gente con grandes terrazas o incluso que viven en el campo. Ella los odia, y piensa, allí podría salir a correr sin salir de casa. Pero ella está encerrada en 40 m2 con 2m2 de balcón, por suerte es un balcón interior, y a su alrededor puede observar vecinos que también disfrutan del suyo. 

En cuanto se sienta a disfrutar del desayuno aparece como de la nada Jasp, y se le acurruca en la falda pidiendo cariño. Ella la acaricia mecánicamente, mientras divaga sin pensar muy bien en nada y bebe sorbitos de té hirviendo. Tiene que volver a la tierra para encontrar su tostada. Es entonces cuando se da cuenta.

¿Hay vecinos en ese piso? parece mentira pero nunca se había cruzado con nadie, oía ruidos de vez en cuando y pensó que era un piso turístico. A través del cañizo que le da intimidad observa una figura, que va y viene. Se mueve deprisa, de repente a ella le dan ganas de ocultarse de que no la vea de no hablar con nadie. Será que lleva tres días hablando únicamente online? sera que ya no se acuerda de hablar con las personas cara a cara. De momento decide observar. El vecino se sienta y se pone de espaldas a ella, ni siquiera se ha fijado en nadie al otro lado del cañizo. 

Ella acaba su momento hipster, se entretiene observando una pareja que toma un tímido sol, como si fuera verano. El vecino de enfrente prepara unos platos de Dj,¿ va a montar una discoteca en el balcón? parece que todo el mundo se ha vuelto un poco loco, vamos a tener que estar muchos días metidos en casa, empezaron diciendo 14 días, ahora la mayoría sabemos que serà más de un mes, viendo a Italia y China no hay más que hacer. Ella observa todas las actividades que se han creado online, hay de todo. Visitas guiadas a museos, recitales de poesía, conciertos en directo de algunos artistas. Se apunta en el calendario las que le interesan, esta noche toca Rozalén en directo por Instagram, prepara el evento para que le salga una alarma, ayer ya le pasó, perdió la noción del tiempo y no sabia que hora era, se le pasó el Skipe con su madre. Cuando habla con ella y el resto de sus amigas, le da por imaginar que està de Erasmus,  porque nunca había utilizado tanto el Skipe sin salir de su ciudad. 

Decide ducharse y vestirse, ya va siendo hora, aunque solo sea para despejarse. Pronto será la hora de comer, porque hay que comer, casi porque lo marca el reloj, igual que si fuera un domingo de resaca no tiene mucha hambre, quizás porque acaba de desayunar. Y así va pasando el dia, un rato de Netflix, la socialización online, y poco más. A las 20h hay que salir a aplaudir a los sanitarios, los verdaderos héroes de todo este tinglado. Los unicos que deberian estar yendo a trabajar.

Sale a aplaudir, se ha puesto una copa de vino, y ahí está, por primera vez oye sus aplausos, con vítores potentes, anima desde su reclusión a las sanitarias y a los sanitarios, ella aplaude timida, se asoma al balcón y sus miradas se cruzan, una sonrisa de complicidad por haber sido vista por alguien en estos días de reclusión y intimidad. El vecino aumenta el tono de su escándalo, y el resto de los vecinos gritan y aplauden, ella se emociona un poco, y por un momento parece que toda la desesperación que se esfuerzan en transmitir los medios de comunicación queda aplastada, por ese aplauso solidario y desinteresado, sincero a más no poder. que a parte de apoyar a los que trabajan codo con codo con el virus, también infunde ánimo y esperanza a todos los confinados en sus casas.

El fulgor va bajando, la gente apaga luces y entra en sus casas, y ahí están ellos dos, nunca se han dirigido la palabra, no saben nada el uno del otro. El se lanza, más desinhibido, “¿que tal, como lo llevas?” “¿bueno, aburrida, y tu?” “bien, que te voy a contar…” un silencio incomodo se interpone en su conversación, ella piensa como entrar de nuevo en su casa, porque quiere irse? lleva tres días sin ver a nadie, ni cruzar una palabra que no se online, ¿se ha olvidado de cómo se forma una conversación? entonces se ve preguntando por la última serie que ha visto en Netflix, no sabe muy bien porque però le sale aquel, “has visto…” y empiezan a hablar y conversar, y así se hacen las tantas, compartiendo con un extraño a través del cañizo del balcón.